Tres semanas, veintiún días, quinientas cuatro horas. Llegué de cenar con los amigos un jueves y cerré la puerta detrás de mí. Las caras se borraron de mis ojos, solo las voces alimentan la soledad. ¡Vaya! Caigo en la cuenta de que tal vez falte a la verdad. Veo caras y más caras. Las veo cuando camino por el pasillo, en el vestíbulo o en el cuarto de baño, incluso se ven difuminadas en los cristales de las ventanas. Guiñan un ojo, sonríen, lloran… Se reflejan una y otra vez en el espejo fielmente sucesivas. Algo pasa que siempre es la misma.
Me sorprendo de la realidad cuando me detengo ante el espejo. Es mi cara la que me persigue allá donde vaya.
Ahora uno se ve y ya no se mira. No sabe que decirse, no sabe que contarse, no sabe quién le llama. Solo sé que el rostro adelgaza día a día recuperando la barba.
La casa se ha vuelto confidente de mis espejismos. Cada vez que miro el cristal cubierto de mercurio veo tus afables gestos lanzando al aire un beso que recojo en mis labios pegados a los tuyos.
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Hermosas y reales palabras, como hermosa es la imagen frente al espejo, siempre buscamos tiempo para admirar la belleza, aunque sea desde la soledad e incluso desde la nostalgia por la falta de compañía física.
ResponderEliminarDesde la nostalgia y tristeza por quien se alejó, por quien se fué. Henri.
ResponderEliminarHola amigos. La soledad te hace ver más allá de la realidad reflejada. Un abrazo.
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