Una habitación
desprovista de artificios. Unas velas sin aroma alumbrando el camino hacia el
desapego; unos inciensos con los que limpiar el espacio que nos envuelve y una
alfombra en la que sentarnos en la posición del loto desprovistos de todo
artificio.
Inhalamos dejándonos llevar hacía nuestro camino interior, llenándonos de energía. Exhalamos expulsando de nuestro profundo toda la negatividad. Es el momento de dejarse llevar, de sanar aquello que nos hace daño, aquello que nos traba, que no nos deja crecer, que nos causa enfermedad y dolor. Es el momento de liberarnos desde el pensamiento para que este sea nuestro mejor amigo.
Construyamos
energía de vida, desarrollemos compasión, perdón, paciencia, generosidad, abundancia,
humanidad consigamos la concentración en un punto sin esfuerzo para que ese
estado de bienestar que sentimos podamos trasladarlo a cualquiera actividad de la
vida.
Y si no
podemos encontrar ese lugar de interiorización en una sala, busquemoslo caminando en
soledad por la montaña, por un parque o paseando por la orilla del mar. Allí,
junto al aire que huele a salitre y la luz que se refleja en el agua, desnudo
sobre la arena, acariciado por el romper de las olas, es donde consigo interiorizar con más profundidad. Donde yo soy yo.
El lugar y
las circunstancias no importan, porque lo único que importa es encontrarse desde
la paz interior, conocerse desde el amor incondicional a uno mismo.
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