Hace años llegó un correo electrónico de un seguidor del blog que se sentía identificado con mis experiencias de vida. Entablamos una relación vía mail, hablando de nosotros, de nuestras sensaciones de hombres casados. Había mucha discreción y complicidad. Me dijo que vive en Colombia, que conocía Valencia de un viaje de trabajo, y que si volvía por aquí me avisaría.
Desapareció con la Covid, incluso temí lo peor, hasta que hace unas semanas se comunicó conmigo para decirme que venía a Valencia de visita familiar. Me alegre saber de él, así que organizamos un breve encuentro en el que tomarnos un café solo, sin azúcar y mucha conversación.
Este jueves, sentados a la sombra de un olivo en la plaza del Doctor Collado con vistas a la impresionante Lonja, supe más de su vida, de su familia, de su trabajo, de su desgana actual, de lo que le ayudó el blog a ser.
Una llamada rompió la charla. Su familia estaba cerca y tenía que encontrarse con ellos. Me invitó a acompañarle para presentármelos, pero decliné por propia inseguridad. Un abrazo largo nos unió en recuerdos, complicidades y en una despedida demasiado rápida.
En mis manos quedó un paquete de café de Colombia con el que me obsequió, y cuyo aroma evocará momentos de normalidad, en los que dos amigos hablan de sus cosas sin más trascendencia.
Por instantes como estos vale la pena seguir con este blog. Un inesperado abrazo colombiano me dio fuerzas, trasmitiéndome que a miles de kilómetros de mi ordenador hay hombres que necesitan conocer que no están solos, que lo que ellos sienten lo sentimos otros hombres en cualquier lugar del mundo.
Gracias amigo por encontrar un pretexto en tu viaje familiar por Europa para visitar Valencia y poder tomar conmigo un delicioso café con sabor a vida.