martes, 24 de septiembre de 2019

Ayer se fue el verano



Ayer se fue el verano y ya lo echo de menos. Este año, como los anteriores ha pasado sin sentir, demasiado rápido. Cierto que ha sido corto, pero muy intenso, vivido entre calores agobiantes, viajes exóticos y lluvias torrenciales. ¡Aún nos queda fango hasta en el alma!

Sin duda, es un verano para recordar. Me quedo con lo bueno, y eso que apenas he podido saborear el agua en toda mi piel que, aunque vivo cerca de la playa es como si estuviese tierra muy adentro. Si no recuerdo mal puedo contar con los dedos de las manos las veces que he estado junto a mi amigo el mar, y aún me quedarían dedos por contar. Pero las veces que he ido han sido intensas y maravillosas.

Solo en dos ocasiones he ido acompañado, y muy bien acompañado. No me seáis mal pensados que ha sido con la persona que más quiero. Todo de lo más normal. Besos, sol, arena, caricias y agua a partes iguales.

De excepcional para este viaje compartido solo ha habido una tarde. De esas que te encuentras sin querer y se disfruta hasta lo indecible. Un día tuve que ir por trabajo al sur de Alicante, y me decidí a pasar la tarde en la playa del Rebollo. La zona nudista estaba bastante llena, en algunas zonas te escrutaban al pasar con miradas llenas de pasión. Reconozco que me gusta que me miren, pero me pone muy nervioso, cómo si estuviese haciendo algo sucio, así que busqué un sitio tranquilo y me acomodé plácidamente.

Baños de sol y de mar doraron mi piel desnuda, hasta que presentí que las siete de la tarde era buena hora para recoger. Imagine que no tardaría en llegar gente buscando ansiados encuentros. Al marcharme pasé por la parte de atrás de la playa llevado por el morbo y la curiosidad de mis pensamientos, pero sin adentrarme en los magníficos pinares que son también refugio de miradas.

Era prácticamente imposible encontrarse con algún buscador por aquellas dunas, dada la cercanía de la orilla del mar, pero me encontré con un hombre atractivo, con barba, vestido con camiseta y gorra, sin bañador ni pantalón, que me miró directamente a los ojos inclinando la cabeza hacía los pinares. Sonreí y seguí mi camino sintiendo sus ojos en mí, con tanta fuerza que me di la vuelta y allí estaba él sonriéndome con voracidad. Mi corazón palpito con fuerza y con ganas, pero mis pasos siguieron hollando los granos de arena que se abrían bajo mi peso.

No pasó nada porque no fue el momento de que pasará, pero cuando lo recuerdo me pregunto cómo tantas veces si he hecho lo que debía. La respuesta siempre es la misma, ocurrió lo mejor para mí.

Este anochecer aún tengo ganas de sumergirme entre los dedos de mi amigo el mar, para que erice mi piel con cosquillas de burbujas y agua.  




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