Ayer se fue
el verano y ya lo echo de menos. Este año, como los anteriores ha pasado sin
sentir, demasiado rápido. Cierto que ha sido corto, pero muy intenso, vivido
entre calores agobiantes, viajes exóticos y lluvias torrenciales. ¡Aún nos
queda fango hasta en el alma!
Sin duda, es
un verano para recordar. Me quedo con lo bueno, y eso que apenas he podido saborear
el agua en toda mi piel que, aunque vivo cerca de la playa es como si estuviese
tierra muy adentro. Si no recuerdo mal puedo contar con los dedos de las manos
las veces que he estado junto a mi amigo el mar, y aún me quedarían dedos por contar.
Pero las veces que he ido han sido intensas y maravillosas.
Solo en dos
ocasiones he ido acompañado, y muy bien acompañado. No me seáis mal pensados
que ha sido con la persona que más quiero. Todo de lo más normal. Besos, sol,
arena, caricias y agua a partes iguales.
De
excepcional para este viaje compartido solo ha habido una tarde. De esas que te encuentras
sin querer y se disfruta hasta lo indecible. Un día tuve que ir por trabajo al
sur de Alicante, y me decidí a pasar la tarde en la playa del Rebollo. La zona
nudista estaba bastante llena, en algunas zonas te escrutaban al pasar con miradas
llenas de pasión. Reconozco que me gusta que me miren, pero me pone muy
nervioso, cómo si estuviese haciendo algo sucio, así que busqué un sitio
tranquilo y me acomodé plácidamente.
Baños de sol
y de mar doraron mi piel desnuda, hasta que presentí que las siete de la tarde era
buena hora para recoger. Imagine que no tardaría en llegar gente buscando ansiados
encuentros. Al marcharme pasé por la parte de atrás de la playa llevado por el morbo
y la curiosidad de mis pensamientos, pero sin adentrarme en los magníficos
pinares que son también refugio de miradas.
Era prácticamente
imposible encontrarse con algún buscador por aquellas dunas, dada la cercanía
de la orilla del mar, pero me encontré con un hombre atractivo, con barba, vestido
con camiseta y gorra, sin bañador ni pantalón, que me miró directamente a los ojos inclinando
la cabeza hacía los pinares. Sonreí y seguí mi camino sintiendo sus ojos en mí,
con tanta fuerza que me di la vuelta y allí estaba él sonriéndome con voracidad.
Mi corazón palpito con fuerza y con ganas, pero mis pasos siguieron hollando
los granos de arena que se abrían bajo mi peso.
No pasó nada
porque no fue el momento de que pasará, pero cuando lo recuerdo me pregunto
cómo tantas veces si he hecho lo que debía. La respuesta siempre es la misma,
ocurrió lo mejor para mí.
Este
anochecer aún tengo ganas de sumergirme entre los dedos de mi amigo el mar,
para que erice mi piel con cosquillas de burbujas y agua.
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