jueves, 29 de marzo de 2018

Días para reconocerte



Estos días son muy especiales. Es un tiempo para reencontrarse con uno mismo. Antiguamente muchos no eran conscientes de la trascendencia de este tiempo, dejándose guiar por las normas que imponía con extremo rigor la Iglesia. Ahora, hemos cambiando esas imposiciones por las de una sociedad que te obliga a ocupar este tiempo viajando, saliendo hasta las tantas o atiborrarte de comida. Vamos en un puro y duro ocio, que en vez de hacerte descansar te agota incluso más de lo que estabas. ¡Qué amigos! a la vuelta al trabajo hay que justificar en que se ha ocupado ese tiempo, y cuanta más extravagancia y derroche mejor parece uno socialmente.

Cierto que la Iglesia se extralimitó con cilicios, bulas y penitencias que parecían diluirse en unos días, pero la finalidad era la adecuada. Celebrar el paso de la muerte a la vida. Una muerte que muchos seres humanos vivimos a diario, provocándonos infelicidad y un profundo desasosiego. Todos arrastramos nuestra propia cruz. Para unos es muy pesada, para otros es ligera. El que así sea solo nos incumbe a nosotros. El secreto a la liberación está en nuestras emociones, en nuestros sentimientos.

No es baladí que la cuaresma dure 40 días fortalecida con ayunos y abstinencia no solo en comer carne, sino también en aquellos vamos a llamarles vicios que nos perjudican emocionalmente. Era una forma de curación, de pasar de la muerte emocional a la libertad de vivir. En la actualidad, muchos médicos o especialistas recomiendan dietas de depuración, o tratamientos de control sobre filias y desenfrenos, que pasados veintiún días van estabilizándose en nuestra vida cotidiana. Lo mismo de antaño, pero planteado de otra forma y en cualquier época del año.


En mi caso, este tiempo que representa el paso de la muerte que es el invierno, a la vida que simboliza la primavera, es el momento de interiorizar más profundamente, del paso, que en definitiva es lo que significa la palabra Pascua. Unos días en los que afloran el dolor, la tristeza, las cargas, las emociones, para transmutarlos en ansias de vivir. Hay que dejar que broten en las despojadas ramas de nuestro árbol las hojas que le son parte esencial. Po ello, para mí es un tiempo de silencios, largos paseos, meditación, y por qué no, de oración. Un ciclo de ser, de sentir, de existir desde mi consciencia. Un estado que deseo no se cierre y se prolongue hasta enlazar de nuevo con el triunfo de la vida sobre la muerte.

Semana Santa y Pascua, tiempo de ser.




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sábado, 24 de marzo de 2018

Viento en las letras


Hoy miro el viento que no cesa en su alterado golpeteo. Me siento como ido entre sus dedos, tocado en lo sentidos. Busco su calma en el cielo, busco la calma en mi interior leyendo con el cuerpo desnudo y la mente alocada entre sus sonidos.





Dice el poeta Neruda que el viento es un caballo que corre por el mar y el cielo. Hoy parecen más veraces sus letras al soplar el viento con tanta fuerza que corre hundiendo sus cascos como cuchillos en mi cabeza. Fríos son sus dedos, ásperas sus caricias, hasta duelen miserables, rotos, coronados por el soplo del mundo.


El viento me ha encerrado en la casa de los ungidos olmos. Soy prisionero de mí mismo. Solo encuentro la libertad leyendo en soledad a Neruda, abrazado de libros de viajes que caminan entre dualidades de florecientes sexos.

El viento no me deja ya recordar como son tus labios, tu piel salpicada de vellos negros, tus dedos que me hacían gritar entre soñados juegos. No puedo ver tus ojos, ni oír tus palabras que un soplo se lleva implacable y vengador. Hoy el viento me ha arrancado tu memoria de mi memoria.


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REENCUENTRO

Repasando antiguos correos electrónicos intercambiados con un muy buen amigo hace ocho años, he encontrado esta preciosa fotografía que me e...