Nuestra espera se ha cercado de anhelos hasta encontrarse en
un abrazo en el que han huido los temores y llegado los temblores. Los dedos
vibraban sobre nuestra piel, rasgando los deseos encerrados, descubriendo
placeres redondos como la miel.
No digas quien soy, hasta que me detenga en las paradas de
tu cuerpo, hasta que nuestros músculos dibujen las erizadas ansias, los
codiciados pliegues que se esparcen en las manos alegres como la obra de un
sueño alcanzado.
Tu boca besa mi cuello acariciando mi viril pecho. Mi mano aprieta tu boca para que fecundes en mi cuello el deseo líquido de olores y sabores.
Hace ya mucho que percibo tus ganas, esas manos que
recorren mi cuerpo hasta perderse en la blanca tela. Me estremece tu tacto en
mi secreto, tanto, que mi pene se modela en tus manos hasta endurecer el blando
barro.
Todo lo que anhelé lo tengo en mis manos, las que amasan tus nalgas prietas y firmes, hasta quemar las yemas de mis dedos. Nalgas que levantan mis recuerdos hasta dejarme gozosamente en ti hundido.
Repasamos los jadeos de nuestras bocas, mojadas y lascivas, fijando en los contornos tibios la pasión que nos invade. Nos ofrecemos unos labios que han de lamer los sentidos con tanta fuerza que el presente explota en racimos de vida, en sangre que fluye en potentes y enhiestas durezas.
Rodamos entre las sabanas hasta que nuestros pies se
entrelazan. Ya nada importa, todo está entre nosotros. Vivir es gozar de
nuestros cuerpos, como en un misterioso fluir. El mundo nos protege para que el
momento se llene de caricias morosas, y besos, y calientes flujos. La cama
parece un horno loco en esta primavera desnuda. Un horno donde la tarde hace
bullir espermas límpidos y claros.
Hay un aroma de hombre que se abre en nuestros ahora
placidos rostros. Todo va cayendo menos nuestros deseos. Recordamos juntos
orgasmos que suben y bajan, que no quieren morir entre acechados pasos. Ya
tengo el corazón leal y el alma alada junto a tus sueños, ahora dormidos sobre
la almohada.
Por la ventana se ve el mar que vuelve para romper con sus
olas sobre nuestros dormidos cuerpos, abriéndolos a los ardores nuestros.
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