Viajar.
Viajar y sentir invocando la memoria de la vida. Iluminando mis sueños de
hombre que se pierden en los confines de una mujer y otro hombre. Ser yo, no
otro. El hombre que, en la tarde, la mañana o la noche siente como es. Solo eso.
Sentir que la vida me ha regalado dos almas, no dos bombas que matan hasta la
más idiota emoción.
Por eso
quiero dejarme llevar por las sensaciones en este viaje de espejos enfrentados.
Sensación de hombre casado, social, amante de la vida en familia, que pasea,
cena con los amigos y ama. Sensación de hombre que abraza a otro hombre
llenándose de fuerza, que goza de la playa, un café, el silencio de una mirada y la amistad.
Son dos
hombres concentrados en uno, que caminan con el mismo paso, siguiendo el mismo
palpito, las ordenes que dicta un mismo cerebro. No finge nada, solo
salvaguarda sus dos maneras de vivir.
Por
eso, en ocasiones, cuando parece ponerse sombrío el momento, siento el cuello
rígido, la espalda tensa, el alma manchada de gotas como las que deja el agua
de la ducha en el cristal de la mampara. Son gotas de cal que dejan su huella
si no las lavas con los ojos de la complacencia. Solo así, puedo viajar ligero
de cargas en este viaje bisexual de un hombre casado, que llena de fantasías
sus ganas de vida.
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