Estos días nos azota un viento del Sahara que ha subido las temperaturas hasta rebasar los 40 º. Una densa calima tapaba esta mañana los rayos del sol convirtiéndolos en rayos de arena. No hay ganas de playa, ni de piscina, ni de río. No hay ganas de salir en busca del agua. Al menos en las horas cuando el calor aprieta sofocadamente. Mejor esperar a última hora de la tarde cuando el sol no calienta tanto y se puede respirar un poco de vida.
En casa se está fresquito, es lo bueno que tiene trabajar en ella. Una ducha de agua fría y todo se siente mucho mejor.
La semana pasada si que visite a mi amigo el mar cuando la tarde comenzaba a caer. Había pocos coches en el parking. Cogí el camino de la zona nudista. Por delante, a pocos metros, andaban un matrimonio musulmán con tres niños. Iban provistos de mesa, sillas e hinchables. Sinceramente me extraño verlos por allí. La mujer llevaba velo y ropa que la cubría hasta los pies. Al llegar hasta ellos, el hombre me pregunto si era el camino de la playa. Les contesté que si, que era el camino de la zona nudista. Me dijo que no entendía, y le traduje por “sin ropa”. La expresión de su cara lo dijo todo. Les señalé por donde debían acceder a la zona textil. Seguí recorriendo el asfaltado sendero.
Nada más enfilar el tramo final, vi a lo lejos caminado por la parte alta de las dunas a un hombre desnudo. Llegando a la playa apareció otro que sobándose la polla me invitaba a disfrutar de algo más que el sol y el mar.
Ignoré la proposición dirigiendo mis pasos hacia donde está mi amigo el mar. Nuestro encuentro fue magnifico, sereno, grato. Desnudo quise abrazarme con el, apreciando como sus líquidos dedos acariciaban mi piel. Nos fundimos en un largo y profundo abrazo.
Más tarde, de pie frente a mi amigo, le transmitía mis inquietudes, mis expectaciones, mis deseos, mis realidades. Hombres desnudos pasaban entre nosotros interfiriendo en nuestras reflexiones y meditaciones. Como aquel chico musculado, depilado hasta el pubis, que con la mochila encajada en los hombros se exhibía pensando que era el objeto de atracción de todos. ¡Que equivocado estaba!
Otros pasaban mirándome, indagando mis intenciones. Mis sentidos seguían viendo el mar, encontrándome a mi mismo, abriendo las puertas de mi vida, flotando sin impedimentos.
Al marcharme, camine por la orilla de la playa, viendo a los demás como vivían esos segundos en los que abrían las puertas de su desnudez a mis ojos, que los miraban sin escrutar.
Esta tarde recuerdo con agrado mi cuerpo sobre la arena, siseando palabras de amor.