Este otoño recién llegado nos ha traído
unos días para gozar del mar y el sol. Los he disfrutado este sábado y domingo
en soledad buscada. La playa aparecía tranquila, desprovista de masas, con el
agua esquiva y un sol que calentaba sin ardor. Apetecía caminar entre el agua y
la arena, desnudo de cuerpo y de alma, pisando con apetito la espuma dejada. Un
tiempo para pensar, recapacitar, para madurar. Aunque esto último lo hago cada
segundo de mi vida, pues cada paso me hace desarrollarme como ser humano, no
viene nada mal de vez en cuando ocupar un espacio de nuestro tiempo para
madurar en conjunto.
En ese precioso paseo mi sentido me sopló
al oído una y otra vez una sola palabra: ¡Felicidad!. Desde mi última entrada,
mi vida ha seguido cambiado, encontrando al fin el rumbo perdido. Aún no he
contestado a vuestros afectuosos comentarios, compartáis o no mis opiniones,
para mí siempre son bien recibidos, pues os considero amigos y compañeros de
viaje. No lo he hecho porque este tiempo debía vivirlo sin interferencias, solo
con mi forma de ser y entender.
Ya no busco nada, y de ello hace más de
un par de años, porque tengo todo aquello que siempre he anhelado, todo aquello
que me hace feliz. Muchos de mis amigos
y conocidos no comprenderían lo que estoy diciendo, pues para la mayoría de la
gente, una persona que no tiene un trabajo estable y con las cuentas bancarias esquilmadas
no tiene motivos para serlo. Pero para mí, estar junto a la persona a la que
amas, sonriendo a la vida, aceptándote cómo eres, es ser feliz.
Este blog comenzó en un momento de desasosiego,
en el que un hombre descubre que su mundo no se circunscribe solo a lo que siempre
ha vivido, que sus palpitaciones son a partir de entonces duales. Me he
desnudado aquí emocionalmente después de renacer una y mil veces, de caer otras
tantas, y vosotros estando ahí, apoyándome, ayudándome, aconsejándome, trasmitiéndome
ánimos y esperanza, me habéis ayudado a construirme de nuevo. Vosotros y mi
mujer, porque ella siempre ha estado a mi lado, compartiendo todas esas
sensaciones que nos hundían o nos hacían emerger por igual. Al presente soy consciente de que no hemos
pasado de puntillas por mi bisexualidad, que lo hemos hablado en más de una
ocasión, más bien en muchas, dándome incluso permiso para que lo experimentase,
pero también unas condiciones, como el proteger mi identidad, o tomar cuidado
si lo probaba. Incluso llegó a decirme que, si decidía inclinarme por el amor
de hombres, ella se apartaría aun amándome con todo su ser. Esa fue la última
vez que me dijo ¡te quiero! en años. De ahí mi felicidad y mis ganas de júbilo
cuando hace unos meses volvió a decírmelo entre abrazos y besos llenos de amor. Significaba tanto para los dos, pues había curado su punzante y abierta herida. Creo que ahora me comprenderéis mejor, y por eso quise compartir con vosotros
tanta intimidad y alegría, porque sois los compañeros de un viaje que, aun no
siendo querido en sus principios, he llegado a aceptar e incluso a querer.
Hoy, abro los brazos hacía el cielo
infinito, ante la presencia de mi incondicional amigo el mar, cargando una
liviana mochila en la que he guardado todo aquello que me hace feliz, para
llenarme de la energía de la existencia. Caminado sin más, tranquilo, relajado,
siendo consciente de mi andadura en la vida, me descubro para quererme con
ganas, ya que solo así podre amar y quereros con más fuerza.
Consciente de que la vida no se detiene
en este punto, seguimos viajando.