Esta mañana el sol exaltaba con tanta calidez que todo lo que me rodeaba se quedaba en lo suyo.
Una mariposa se ha posado en el alfeizar de la ventana. Durante unas décimas de segundo me ha acompañado, buscando rápidamente otro lugar en el que posar sus vuelos. No importa el dónde, simplemente la belleza del momento.
Los ojos han mirado hacía donde nacía el sol en el horizonte llenándome de esos momentos de mar en los que los cuerpos buscan el encuentro con otros cuerpos con mucha prisa, sin esperar a que amanezcan a su lado. Es el placer de la rapidez, del encuentro desencuentro, del no girarse en la despedida. La mariposa tampoco ha vuelto.
Esta amanecida solo existíamos el sol y mi cuerpo desnudo que oliendo a mar abría los brazos queriendo abarcar sus resplandores.
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