Bañera de incendiados placeres

Esta mañana llueve. La reseca tierra se abre con apetito para que la penetre el agua que la golpea con fuerza haciéndola suya. Desde mi ventana oigo los gritos de placer que prorrumpe la tierra. Es un éxtasis de delectación que lleva a las dos a gozar con intensidad. Lo miro todo sentado en la bañera, con una abierta pero pícara sonrisa.  No puedo evitarlo, al asistir a tan bello espectáculo de mojada lujuria, pienso en mi soledad, en el anhelo de compartir con alguien tanta pasión desenfrenada.

Ven. ¡Si!, ¡tú! Te espero con el agua caliente como mi energía y mi ardor. Agua tan llena de deseos como yo. Quiere abrazarte con sus ardientes dedos, besar tu boca con mojados alientos.

Juguemos a enredarnos con ella, a sentir como nuestra virilidad nos invade entre ondas. Ella se mete entre nuestra piel. Nos hace suyos, liquida, pero impetuosa, hay tanta fuerza en ella que incluso salta, resbala hacía fuera, cayendo al suelo sin ganas.

Su voracidad no tiene límites, tanto afán pone que nuestros rostros se unen mil veces hasta estallar en gustos que pugnan por salir de nuestros labios salpicados en traviesas gotas.

Llenos de sentimientos, de compartidos placeres, dejamos relajar nuestras miradas brindando por nosotros y por las caricias redondas y acuosas de un agua que nos ha hecho también suyos.

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