Esta tarde me he sentado ante el ordenador para hablaros de
deseos, pero la primera palabra que inconscientemente he tecleado ha sido de la
de recuerdo.
Si, recuerdo del 11 de marzo, de las vidas que dejaron
silencios rotos. Recuerdo que es un
recuerdo a 192 personas que dejaron sus inquietudes, ilusiones, ganas,
esperanzas, anhelos entre las vías de unas estaciones.
foto: Denis Doyle / Getti Images |
Recuerdo que es un recuerdo a todos aquellos que estuvieron
al lado de las víctimas y sus familias compartiendo el sufrimiento, la desolación,
o la misma muerte.
Recuerdo que es un recuerdo de la vida que cortó en menos de
un segundo la ira, la incomprensión, la confrontación, el radicalismo.
Recuerdo que es un recuerdo de silenciosos nombres grabados en el cristal de una estación para que el olvido no llegue a nombrarlos.
Aquella mañana quiso el destino que estuviese en Madrid por
trabajo. Nada fue ya lo mismo. Fueses donde fueses, mirases donde mirases las lágrimas
llenaban ojos anónimos rotos de ausencias. Los pasos llevaban en las suelas de todos
los silencios de la
muerte. Hasta la música calló para dejar pasó a la palabra de
la información que llegaba de televisiones o radios. Porque la palabra de los
hombres de la calle no podía expresarse de tanto dolor, había enmudecido
envuelta en el temblor de los labios. La ciudad se venció de un aire que
respiraba tristeza, abatimiento, desolación.
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