Hay fotografías que cuando las
veo me llegan como un aire ligero que eriza mi piel. No son tiempos de sexo, ni
de sometimiento o delirios. Son secuencias compartidas con un buen amigo, tan
llenas de amistad que las palabras sobran.
Instantes vividos sin hora en el
reloj, placenteros, en los que la complicidad se muestra eterna. Solo habla la
piel, la blanca sensación de encontrarse pegado a un alma. Nadie turba, ni
ellos mismos, el reposo de dos entregados hombres.
Las manos no juegan, ¡sienten!.
Las miradas no escudriñan, ¡miran!. Los sexos no brincan, reposan sumidos en la
complacencia de lo más intimo. Solo el agua parece saltar empujada por espumas
que recuerdan otros momentos en los que la pasión quedo enredada entre voraces
bocas.
Ahora es el momento de sentirse.
Sentirse en grande, hermosos, como dioses que reposan bañados por la luz del
placer. Adornados con la presencia del otro, rendidos a estar, sin más razón
que la de estar juntos. No solo se vive del sexo. Hay también que
respirar goce, embeberse de rumor de vida, deleitarse con la presencia del
hombre que conmueve nuestros collados. ¡Que bello es sentir como flota en el
aire el secreto de lo humano!.
Es lo que me ha pasado al ver
esta imagen, tan llena de amistad que suena a verdad.
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