viernes, 6 de mayo de 2022

TARDE CON OLOR A MAR


En la tarde de ayer volví a la playa. Tanta lluvia caída en estos últimos días hizo que deseara aspirar el olor a mar con caricias de tibio sol.


Aparcando, llego un coche del que se apearon dos chicas con dos enormes perros de color claro. Caminaron hasta la orilla en la que yacían restos traídos por el temporal. Ramas, plásticos y redes parecían despojos sobre la arena que había que sortear. Al poco les seguí para caminar bordeando el mar con ganas de meditar en conciencia, esto es, caminando con el pensamiento desprendido.


Imposible hacerlo. Demasiados versos sueltos hacían que mis ojos no parasen de mirar. Un hombre corría totalmente desnudo hacía nosotros. Me rebaso con un cruce de miradas. Su cuerpo depilado solo dejaba entrever un recortado, en cuadricula, vello del pubis. Poco más allá, otro hombre con mechas, caminaba también desnudo apenas cubriéndose con una toalla que pendía de sus hombros Un tercero vestido de negro los miraba y me miraba como buscando un encuentro fácil y rápido. Al no encontrarlo giró sobre si mismo dirigiéndose al aparcamiento. Seguí caminando, está vez con armonía en lo que andaba buscando, paz interior.  


Más allá di la vuelta, desandando mis pasos hasta tropezarme de nuevo con todos los personajes, las chicas y los perros, el hombre desnudo que corría por la playa, el que apenas se tapaba con una toalla de color turquesa. Y otro que con la ropa en la mano deambulaba exhibiendo su cuerpo desnudo a los deseos más carnales


Detuve mis pasos, y mirando el mar, me tomé mi tiempo. Le hablé de felicidad, de sensaciones, colores y de los mundos que se abren en mis carnes. Tras unos minutos de sosiego era la hora de volver a casa, acercándome hasta el coche. 


Allí, un hombre bajaba de su coche adentrándose entre los matorrales, le vi desnudarse en un corto segundo. Otro llegaba y se adentraba por el mismo sendero. Al encontrarse, el primero caminó desnudo seguido por el segundo buscando lugares más protegidos de las miradas de la playa.


Al subir al coche otro hombre se adentraba por senderos que conducían al bosque cerrado. Miré mi reloj y vi que eran pasadas las siete de la tarde. Comprendí que era la hora de encuentros sin palabras, donde las bocas se llenan de carne que sacie los desatados apetitos.


Nada importaba, solo que mi visita de la mañana a mi amigo alquimista y la de la tarde a mi amigo el mar dejó felicidad en mi viajera alma. 






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