Al ver estas fotografías no he podido dejar de mirar tan esplendido cuerpo en movimiento. El bailarín se mueve desde una propuesta creativa, asociando sus tiempos al rescate de lo natural, de lo primigenio. Su expresión es pura traslación. Así debieron danzar nuestros antepasadísimos, conjugando mente y cuerpo en rituales tribales en los que conectar con las fuerzas de la naturaleza, con sus propias energías.
Me imagino danzando en la soledad de mi casa, desnudo como
él, en este día más mágico del año, exteriorizando con mis movimientos el ritmo
que marca mi interior, asociando el goce corporal con los compases de mi
brazos, piernas, cabeza y torso. Tal vez suene a hedonismo, pero nuestro cuerpo
es el mejor juguete que poseemos, el que más juego puede darnos.
Tanta acción podría transformarse en una imagen de mis
deseos e inquietudes, buscando la materialidad de los dioramas que pueblan mi
mente, relacionándome con el origen de mis deseos.
La danza es la mirada sobre el cuerpo. Mi propia mirada
danza en esta noche poblada de mi imaginario personal.
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