La noche lo sostiene en medio de la calle vacía, como si la ciudad hubiera decidido mirarse a sí misma a través de su cuerpo. El asfalto aún guarda la memoria de la lluvia y las luces, distantes y frías, dibujan una calle que no promete llegada. Desnudo, se detiene un instante preguntándose cuál es el camino que debe seguir.
Su piel expuesta no es fragilidad, es la de un cuerpo que no se esconde, salvo de si mismo. Entonces el silencio urbano lo envuelve y, por un segundo, todo, la noche, la calle, la luz, respira con él, reconociendo esa forma humana de estar solo y, aun así, profundamente vivo en sus deseos.
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