Cierras los ojos y el instante se vuelve remanso donde respirar juntos, donde descansa el deseo. En ese momento solo sientes la certeza cálida de otro cuerpo que confía.
Su sexo, en reposo, descansa sobre tu barba, firme y vivo, y la sensación es tan íntima como poderosa, es la suavidad cálida de su piel contrastando con la aspereza de la tuya. Lo percibes crecer, latir, responder a tu cercanía, en un dialogo sin palabras, en un contacto que despierta cada fibra de tu ser.
En ese roce se condensa todo: deseo, confianza, entrega. Es un momento suspendido, un lugar donde solo existen él, tú y el placer que compartís. Y entiendes, mientras respiras despacio, que a veces la vida se revela en estas pequeñas eternidades, en un gesto, un cuerpo contra otro, un deseo que encuentra su camino.
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