sábado, 15 de noviembre de 2014

Carta a Javier




Estoy seguro de que nunca te llegaran estas palabras que tras mucho debatir conmigo mismo he decidido dejarte en esta carta. O tal vez si, que en realidad es lo que estoy deseando escribiéndolas. En realidad, las escribo porque necesito expresar lo que sentí la última tarde-noche del verano y que no me atreví a expresarte. No me preguntes como, pero la primera vez que se cruzaron nuestras miradas supe que iba a saber más de ti. 

Recuerdo que llegue a la playa del Barronal con muchas ganas de reencontrarme con su arena, sus piedras negras y amarillentas, y sus maravillosos recuerdos. Hacía siete años que no la saludaba y quería volver a abrazarla, a dejar mis huellas en aquella arena que despertó en mÍ, tantos ánimos.

Tras caminar un trecho entre agaves, palmitos y lirios de playa llegue a la primera de las playas, la que da paso a otra más recoleta a la que se llega ascendiendo por rocas que emergen del agua de mar. Dirigí mis pasos hacIa la izquierda para bordearla sin pararme ni siquiera a sorber con los ojos la primera playa. Al mismo tiempo que caminaba, casi saltaba sobre aquellas piedras con la negrura de antiguas erupciones, me sorprendía que no reconociera el paisaje. Entonces nos cruzamos, yo con mi mochila al hombro y el bañador puesto, tu vestido solo con una gorra que cubría tu cabeza. Me saludaste con una sonrisa, te devolví el saludo con otra y cada uno siguió su camino. Cada paso que daba era como si me advertía que aquel lugar que tanto añoraba no era el mismo. La playa apenas existía formando pequeñas calas entre las que se entreveía a hombres solos que se refugiaban en ellas. Pensé que era una zona de cruising y sin entender que había pasado con la playa me di la vuelta.

Volviendo sobre mis pasos me encontré a un hombre que se adentraba hacía lo que quedaba de la que fuera hermosa playa. No dude en preguntarle si sabía que había pasado y me comentó que los temporales se habían llevado la arena dejando pequeñas calas donde antes había una gran extensión de arena.

Desilusionado regrese a la primera playa para buscar un sitio donde acomodarme sobre la arena. Lo hice cerca de un matrimonio hetero, un hombre maduro que estaba solo y una toalla que veía allí solitaria junto a una mochila y unas zapatillas.


Al poco tiempo apareciste tu bajando por la ladera de arena que cubría parte de los acantilados. Llevabas en la mano una sombrilla que dejaste al lado de tus pertenencias, aquella solitaria toalla de la que eras su dueño. Te vi hablar con el matrimonio y también con el hombre, leer un libro y mirar al mar con tus ojos profundos. Todos se despidieron de ti cuando se marcharon. Reflejabas en tu rostro amabilidad y simpatía.

La playa se iba vaciando por lo que decidí hacer meditación. Sentí tu mirada en mi espalda mientras meditaba, no me preguntes el porqué, pero fue así. Al ocultarse el sol en las montañas creí llegada la hora de irme y me despedí con un hasta luego. Me contestaste y volviste tus ojos al libro que leías, quedándote solo en aquella naturaleza tan sublime.

En el trayecto de vuelta al coche me decía una y otra vez lo estúpido que había sido por no darte conversación. El momento era de lo más apropiado, pero me daba miedo que pensases que buscaba tu cuerpo. Por eso me martilleaba preguntándome ¿por qué debía haberlo hecho? Es verdad que cumples con mi ideal de hombre viril, con barba, calvete y vello en el pecho. Pero no, no era por ello, era por la energía que irradiabas y que me llegó casi como un anuncio de algo bello.

En el camino de vuelta recibí una llamada al móvil. Hablaba mientras salía del parque natural y al llegar al asfalto dejando atrás la tierra batida, decidí parar para seguir hablando con la esperanza de verte pasar de vuelta, como así fue. Puede que no me advirtieras, pero yo me alegre porque se cumplía mi intuición, la que me decía que te volvería a ver.


Llegue al hotel pensando en ti, sin entender porque no podía apartarte de mi pensamiento. No habíamos intercambiado más que un par de palabras y las típicas miradas de los que están horas en la playa. Solo el agua de la ducha te diluyo por unos momentos. Busque un sitio para cenar. Al llegar a la pizzería decidí sentarme fuera por si te veía pasar. ¡Dios!, que me estaba pasando. Todo lo que hacía era como un presentimiento de que la vida nos uniría.

En mitad de la cena, se vacía la mesa de al lado y la preparan para un nuevo comensal. Un hombre solo se va a sentar en ella y me saluda con una sonrisa. Eras tú con tu irresistible presencia. Entablamos una conversación de mesa a mesa, sobre las playas del lugar, su belleza salvaje y aquellas calas a las que solo se accede después de bajar por escarpadas sendas.

Fue entonces cuando me lancé y te pregunté si podía compartir contigo la mesa. Contestaste con un claro que sí. Me tomé el postre contigo, mientras me contabas que cuando nos cruzamos la primera vez venías de buscar la sombrilla que te había arrebatado el viento, en cambio pensé en aquel instante que venías de tener un furtivo encuentro con un desconocido. Está claro que muchas veces las cosas no son lo que parecen.

Seguimos hablando animadamente de nosotros, de terapias naturales, de nuestras ciudades, trabajos y sentimientos. Por eso se tu nombre, y cuál es tu trabajo, y donde naciste, y donde vives. Sé que no me mentiste, como yo tampoco te mentí en nada, y más cuando te dije que estoy casado y porque estaba allí solo. Fue una de las charlas más agradables que he tenido con un hombre. Vislumbre en ti la belleza de tu corazón y lo mucho que dabas a los demás en situaciones extremas.

Pensé en pedirte que compartiésemos a la mañana siguiente la playa que más nos gusta a los dos y a la que tu me indicaste como llegar por un sendero que yo no conocía, pero antes me dijiste que tenías que salir pronto para la ciudad porque a la noche tenías entradas para la ópera. El camino era largo y no podías trasnochar mucho. ¿Mucho?

Llegó el momento de la despedida. Pero quisiste retrasarla ofreciéndote a acompañarme al hotel mientras dábamos un pequeño paseo y tu un buen rodeo para llegar donde te hospedabas.


Al llegar a la puerta del hotel, el silencio inundaba la calle. Hablamos unos minutos y te tendí la mano, que tu estrechaste con fuerza. Mientras subía las escaleras te vi desaparecer en la oscuridad de un pequeño parque. En la habitación seguía pensando en ti, en la oportunidad perdida, en que te tenía que haber pedido un abrazo. Puede que esté equivocado, pero imaginé que cuando me acompañaste esperabas una invitación para subir, que me respetaste porque te dije que estaba casado. Una invitación que no me atreví a insinuar por el amor a mi mujer y el respeto que me inspirabas.

Tu presencia me acompañó toda la noche, como si hubiésemos compartido nuestra piel. Me llenaste tanto que no te he podido olvidar. Sigues en mi con esa sonrisa que se abría entre una poblada barba y el brillo de unos ojos claros en los que habitaba la virtud y la entrega. Por ello he querido escribirte estas palabras y lanzarlas al mar que tanto amamos para que un día te lleguen con olor a salitre y arena mojada, salpicadas con gotas de espuma y aireadas por la calma de un aire que nos empacha con dulzura. Las dejo en esta botella para que un día llenen tu alma de hombre al igual que han llenado la mía.


No me digas porque, pero presiento que un día nos encontraremos por las calles de la ciudad que habitas, y entonces te entregaré mi abrazo de amigo inundado de respeto y afecto bajo la presencia de la luna.



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7 comentarios:

  1. Sería muy bonito que él pudiese leer estas líneas y dejarte aquí lo que pensaba, si todo lo que tu intuiste era real y compartido y si los dos os quedasteis con esa incertidumbre tan mala de "que hubiera ocurrido si yo...".
    No sé, en ocasiones cuando algo está destinado a suceder, sucede aunque no pongamos nada de nuestra parte para que ocurra y es mejor no forzar las situaciones para no romper la magia de un buen momento... y otras veces las cosas requieren un suave empujón por nuestra parte para echar a rodar. El saber si es mejor reservarse y equivocarse por no haber actuado, o si por el contrario es mejor actuar y meter la pata para no quedarse con la duda, ¡uff! eso es lo complicado.
    De momento te queda ahí un hermoso recuerdo para guardar en la memoria, y la esperanza de que como dices un día los caminos se os vuelvan a cruzar y entonces puedas darle ese abrazo que se quedó en el tintero...
    Una vez más, un abrazo ( hoy van dos ) :)

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  2. Que chulo German, espero que algun dia ese abrazo se haga realidad, es precioso sentir eso que has descrito tan bien...
    Recuerdo una frase de decia Paolo Coello que dice asi: Cuando alguien desea algo con mucha fuerza, hasta el universo entero conspira para que lo consiga.,,,,confia en ello German.
    Te mando mi abrazo, como siempre sincero, recibelo , va cargado de energia positiva.

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  3. Quedó en un bonito recuerdo, que tampoco es mala cosa.

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  4. Profunda y sincera carta la que escribes a Javier, espero que por esas coincidencias que os parecieron unir en su momento, llegue a leer estas líneas. O mejor aún: que os encontréis de nuevo.

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  5. Si el destino cruza sus caminos nuevamente...quizas tendras una sensual experiencia..que seguro compartiras... bi curioseando mexicano

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  6. Agradezco vuestros comentarios. No sé porque pero algo me dice que volveré a encontrarme con él, no sé donde ni cuando, pero es la misma intuición que sentí en la playa, y que me trajo su compañía en la terraza de un restaurante. Abrazos a todos.

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  7. Definitivamente la vida real siempre supera la ficción.
    Esta historia, tan bien contada, es de esas que te dejan volando la imaginación y en mi caso haciendo remembranzas de cuantas oportunidades así las hemos dejado pasar.
    Luis A.

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Gracias por compartir este viaje

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