La vida te ofrece momentos
sublimes, y está semana he vivido varios de ellos. Sin haberlo programado me
encontré el lunes despidiendo el verano en la playa de mis sueños, ¡si! aquella
en la que descubrí mi doble alma en un mes de septiembre de hace seis años.
Sin proyectar nada, sin mover
nada, simplemente que tenía que emprender un largo viaje hacia el sur en coche,
solo, para encontrarme con mi mujer que estaba de viaje de trabajo, y que mejor que una escala de unas horas en un lugar tan energético y
mágico como es el Cabo de Gata.
Al llegar, lo primero que tuve
que hacer es buscar un lugar donde pasar la noche. No tenía reserva en ningún
sitio, ya que fue todo tan valenciano, como decimos nosotros “pensat i fet”, es
decir pensado y hecho, que ni hubo tiempo para ello.
No me lo podía creer, después de
cinco años volvía a ver la tierra que me encandilo con sus blancas casas, sus
rojizos, negros o amarillos terrones, sus agaves, pitas o palmitos, y sobre
todo su mar, tan trasparente, tanto como el alma de una persona enamorada.
Fue llegar, cambiarme con la
rapidez del vértigo y marcharme nervioso y anhelante en busca de mi amada playa
del Barronal. El camino de tierra se mostraba abierto a mis sentidos. La bahía
de los Genoveses cautivaba espléndida con sus aguas quietas, punteada por
bañistas que buscaban esperanzados retener aún al verano. Unos metros más allá
comencé a ver los coches que señalaban el lugar donde debía aparcar, ahora
estaba todo muy señalizado y por tanto acotado. No daba crédito a las
sensaciones que estaba viviendo. Me sentía feliz.
A primera hora de la tarde, el largo
camino de arena hacía la playa se volvía pesado, como si costase dar pasos
sobre los deslizantes granos, pero el sonido del mar me advirtió de su cercanía
y aceleré el paso.
Allí estaba, aún hermosa, aunque extraña para mí. No la recordaba así, dividida en tres partes con otras tres lenguas de arena que lamían incesantemente el agua del mar. Casi sin mirar a los nudistas que allí había, dirigí mis pasos hacía la izquierda para ascender por aquellas piedras que habrían de llevarme al lugar de mis principios.
Me costó reconocerlas, parecían otras, pero las superé con ganas, y entonces llegó mi sorpresa, inmediatamente habría otra pétrea barrera, y pequeñas calas de un par de metros de arena. No comprendía nada. ¿Dónde estaba mi playa, aquella en la que un hombre me hizo más hombre? No quise seguir ascendiendo y descendiendo por piedras sin arena, y al darme la vuelta me topé con un hombre que seguía mi camino.
Le pregunté y me dijo con acento
extranjero que el viento de Levante se había llevado casi toda la playa,
dejando pequeñas calas, algunas tan pequeñas que solo ocupaban un par de metros
La decepción asomó a mi rostro, mientras retrocedía en mis pasos.
De repente, caminando
por encima de las piedras, vi a un hombre de unos cuarenta años que desnudo se
adentraba en el lugar que yo acababa de dejar. No sé porque me quede mirándolo por
unos segundos con gratos ojos. Y eso que, en mi imaginación, pensé que
ambos iban buscando cuerpos de hombre en el calor de la tarde. Ya en la playa
del Barronal comprendí su mengua de arena, era el viento que quería poseerla
con tanta fuerza que la rompía en mil pedazos hirientes no solo para ella, sino
para los que la amábamos desde sus tibias y cálidas bondades.
Busqué un sitio y me acomodé a
gozar del momento. Al cabo de unos pocos minutos, volvió el hombre desnudo que
me encontré entre los escollos de piedra con una sombrilla en las manos,
tumbándose en su toalla que estaba muy cerca de donde yo había puesto la mía. A
su lado un matrimonio andaluz, al otro lado un madrileño que parecía inquieto
sentado en su hamaca, tanto que se levantaba una y diez veces, paseando por la
orilla, o entablando conversación con muchos de los que allí estaban.
La verdad es que me abstraje de
todo, disfrutando el momento con felicidad y goce. He dicho que me abstraí de
todo, ¿verdad?, pues miento, porque aquel hombre que me encontré desnudo entre
el camino de las dos playas me tenía cautivado y no sabía por qué, a no ser por
llevar barba, y tener vello en su cuerpo, que al fin y al cabo son el tipo de
hombres que me gustan, aunque en realidad irradiaba un magnetismo que me llevo
a creer que acabaría conociéndole, entablando conversación con él.
Soy consciente que él me miraba también como hacemos todos en la playa, sea tumbado en la toalla, sea cuando levantaba la vista del libro que leía o al mirar como distraído mientras yo meditaba sentado en la posición del loto. Me sentía observado por él y, me gustaba que sus ojos me mirasen de vez en cuando.
Soy consciente que él me miraba también como hacemos todos en la playa, sea tumbado en la toalla, sea cuando levantaba la vista del libro que leía o al mirar como distraído mientras yo meditaba sentado en la posición del loto. Me sentía observado por él y, me gustaba que sus ojos me mirasen de vez en cuando.
El sol caminaba despacio hacia el oeste, apagando su luz en la playa. Los bañistas se iban marchando tras recoger sus cosas. Parejas, familias o gente sola caminaban hacía el interior de la tierra desandando el camino de arena. Tanto el madrileño como el matrimonio andaluz, se despidieron del hombre con una exigua conversación.
Al final de la tarde, quedamos
cuatro hombres solos, dos en cada extremo. El sol quedo oculto por las montañas
y decidí marcharme. Lo mismo debieron pensar los otros dos chicos, primero el
que vestía camiseta azul eléctrico y pantalón de baño verde, a unos pasos de
él, el otro con bermuda blanca y camiseta negra, y después yo. Tan solo se
quedó el hombre que me atraía. Al pasar por su lado, inconscientemente, de mi
boca salió un hasta luego, que él contestó con las mismas palabras. Fueron unas
palabras extrañas para quienes no se volverían a ver.
Mientras me marchaba, me decía lo tonto que había sido por no haberle dado conversación cuando había visto que hablaba con otros nudistas. Sin duda mis miedos me atenazaban de nuevo. Parecía no tener remedio la situación, aunque en mi interior un palpito me decía que volvería a verle, pero eso lo dejo para otra entrada del blog, porque le he escrito una carta para publicar aquí, en la que le recuerdo hermosos momentos vividos sin estar escritos de antemano.
El verano del 2014 se marchó
dejando en mi la huella de un hombre, cuyo recuerdo estará al lado de aquel que
me susurro bellas palabras al oído un mes de septiembre de hace cinco años. ¡Barronal!,
playa de inquietudes, deseos y grandes goces.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Las fotografías proceden de Internet, y no se cita al autor
por no indicarse en el lugar de origen su autoría y procedencia.
En caso de incumplimiento involuntario de algún derecho se retirará
inmediatamente
Ahhhh, que hermoso día de playa, ¡cuanta intensidad de emociones! Me alegro que tengas estas oportunidades de disfrutar, relajarte y sobre todo de sentir.
ResponderEliminarUn abrazo, amigo.
Han sido unos días intensos y maravillosos. Unas pequeñas vacaciones sin esperar, gozadas en la soledad de uno mismo.
Eliminar