Estos días es un placer para los sentidos gozar del
verano. El calorcillo propio nos acompaña para liberar nuestras mentes de constreñidos
tabúes. Sin duda, acompaña la mirada y el deseo. Miradas, deseos, ganas, que se
disfrutan mejor en apartados lagos y solitarias playas donde la libertad se
desata para jugar con el agua sintiendo la piel del otro.
Pocas veces son las que he podido deleitarme así,
ya que casi siempre voy solo a las playas nudistas, pero cuando he mojado mi
piel con el agua y los sentidos de otra persona, el goce es grande. No penséis que
me refiero solo a que haya sexo.
Para mí es muy importante la
complicidad de dos cuerpos desnudos. Esos instantes en que haya un tímido roce,
o una mano que busca una caricia, o una risa que se abre en alegre
estremecimiento. Esos instantes en que somos rociados con la fría agua lanzada
por la palma de un amigo a la que sigue toda la presión de su cuerpo para derrocarnos
en el agua. Esos instantes en que un sentido abrazo te hace sentir toda la
fuerza de la masculinidad, buscando unos labios que saben a agua y sal. Esos instantes
en que nuestros sexos se rozan, acarician, coquetean sin predisposición alguna.
Esos instantes son mágicos. Están llenos de vida.
Juegos de agua en los que piel con piel sentimos
la cercanía, la entrega del otro, o de los otros, con el único fin de hacernos felices, de ser
felices.
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