Estos días son muy especiales. Es un tiempo para
reencontrarse con uno mismo. Antiguamente muchos no eran conscientes de la
trascendencia de este tiempo, dejándose guiar por las normas que imponía con
extremo rigor la Iglesia. Ahora, hemos cambiando esas imposiciones por las de
una sociedad que te obliga a ocupar este tiempo viajando, saliendo hasta las
tantas o atiborrarte de comida. Vamos en un puro y duro ocio, que en vez de
hacerte descansar te agota incluso más de lo que estabas. ¡Qué amigos! a la
vuelta al trabajo hay que justificar en que se ha ocupado ese tiempo, y cuanta
más extravagancia y derroche mejor parece uno socialmente.
Cierto que la Iglesia se extralimitó con cilicios, bulas
y penitencias que parecían diluirse en unos días, pero la finalidad era la
adecuada. Celebrar el paso de la muerte a la vida. Una muerte que muchos seres
humanos vivimos a diario, provocándonos infelicidad y un profundo desasosiego. Todos
arrastramos nuestra propia cruz. Para unos es muy pesada, para otros es ligera.
El que así sea solo nos incumbe a nosotros. El secreto a la liberación está en
nuestras emociones, en nuestros sentimientos.
No es baladí que la cuaresma dure 40 días
fortalecida con ayunos y abstinencia no solo en comer carne, sino también en
aquellos vamos a llamarles vicios que nos perjudican emocionalmente. Era una
forma de curación, de pasar de la muerte emocional a la libertad de vivir. En
la actualidad, muchos médicos o especialistas recomiendan dietas de depuración,
o tratamientos de control sobre filias y desenfrenos, que pasados veintiún días
van estabilizándose en nuestra vida cotidiana. Lo mismo de antaño, pero
planteado de otra forma y en cualquier época del año.
En mi caso, este tiempo que representa el paso de la
muerte que es el invierno, a la vida que simboliza la primavera, es el momento
de interiorizar más profundamente, del paso, que en definitiva es lo que significa la palabra Pascua. Unos días en los que afloran el dolor, la
tristeza, las cargas, las emociones, para transmutarlos en ansias de vivir. Hay
que dejar que broten en las despojadas ramas de nuestro árbol las hojas que le
son parte esencial. Po ello, para mí es un tiempo de silencios, largos paseos,
meditación, y por qué no, de oración. Un ciclo de ser, de sentir, de existir
desde mi consciencia. Un estado que deseo no se cierre y se prolongue hasta
enlazar de nuevo con el triunfo de la vida sobre la muerte.
Semana Santa y Pascua, tiempo de ser.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Las fotografías proceden de Internet, y no se cita al autor
por no indicarse en el lugar de origen su autoría y procedencia.
En caso de incumplimiento involuntario de algún derecho se retirará
inmediatamente
Estoy de acuerdo contigo en tus pensamientos me gusta mucho como encaras y enfrentas tus palabras
ResponderEliminarun abrazo desde miami
Muchas gracias amigo, por tus palabras y por estar. Un abrazo surcado de océanos, sueños y grandezas.
Eliminar