Sigo caminando en soledades
interiores, fatigada la cabeza sobre las dobladas rodillas. Ni un verdear en el
horizonte. Todo silencioso páramo roído
por una sombra que no está pegada a mi existencia.
Hay días que a lo lejos, como en
un espejismo, vislumbro la mano de un cuerpo que pretende ser mi amigo.
Tentadora somnolencia de vida que acaba diluyéndose ante las humanas
construcciones de dilaciones, resistencias y quehaceres.
El pedregal muestra atroz la necedad
de una inquietud con inquietudes inoportunas, surgidas de emboscadas trazadas
por palabras amables desde arriba y desde abajo.
Flaquean las piernas, la
existencia no se sabe, su misterio es que los placeres, cuando se sobrepasan en
su medida pasan a llamarse condenas. Condenas de arena infatigable sobre el
rostro de un hombre dormido en la playa.
Queda un amago de esperanza como consuelo
al amargo reproche. Algún día ese rostro se mostrará terrenal y libre,
proyectando la delicada sombra de su sonrisa en mis reposados ojos.
Sigo caminando en soledades de intrépidos y frecuentes silencios.
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