Es llegar al lado del mar y todo
se convierte en un mirar. Los ojos se pierden en el azul del horizonte hasta
llegar donde se unen el mismo color del cielo y el agua. Vuelven a la arena
para buscar un sitio donde anidar por unas horas. Se detienen en los obstáculos
que encuentran a su paso para no caer por tropezar. Y, ¡miran!. Miran a los
bañistas, a los paseantes, a los que buscan el sol o a los que se guarecen
debajo de una sombrilla. Todos miran aunque sea de soslayo, aunque sea como una
ráfaga. Unos más que otros, y algunos buscan con sus miradas momentos de
placer.
Miradas de playa que se dan mucho
más en las playas nudistas, donde los ojos miran en su totalidad sin trabas ni
telas que obstaculicen el mirar.
Este año he ido poco a la playa,
pero las veces que he ido ha habido miradas, algunas me llegaban con la
claridad de la luz, otras las comprendía después de años de observar actitudes
y movimientos, y otras tal vez las imaginaba por sentirme apreciado aunque solo
fuese por un segundo.
La tarde de calor, sol y trémula
carne, me pide compartir con vosotros tres de esas miradas que solo son lo que
ellas encierran, miradas de playa cunado se mira sin vergüenza de mirar.
La primera mirada se dio en una
tarde de playa de finales de junio. La mañana había sido lluviosa, pero a
partir del mediodía las nubes se perdieron en el cielo para dar paso a un
placentero sol. Decidí acercarme a la playa de la Dehesa por oler a la tierra
mojada impregnada de pinos, romeros, tomillo o jaras. Placer de la tierra antes
de llegar a la arena barrida por las gotas que había dejado la lluvia. Busqué
un sitio donde tumbarme al sol y disfrutar de tanta placidez. Pasadas un par de
horas vi llegada la hora de marcharme, así que recogí mis cosas y comencé
a andar por el rompiente de las olas.
Había muy poca gente. Un hombre de pie, parapetado tras sus gafas, acaricio su morcillón
pene animado quizás por el instante de un encuentro. No pude ver su mirada,
pero sus gestos parecían evidentes.
Camine sin mirar atrás, así que
pude ver en la lejanía como al lado de de una de las azules un hombre de pie
parecía tocarse con más ganas. No le di más importancia, pues se que no todo el
mundo acude hasta allí en búsqueda de baños de mar. Seguí disfrutando de mis
pasos mojados por el agua, aunque de vez en cuando desviaba hacía mi izquierda
la mirada por ver quien estaba en la playa. Ya no me asombro de nada, pero
reconozco que me sorprendió ver como aquel hombre se masturbaba sin ningún
pudor. Al pasar delante de él no pude evitar mirarle y sonreír como una
desaprobación, pero no debió entender eso, porque una vez le rebasé apuró sus
pasos por encima del cordón dunar hasta alcanzarme en uno de los pasos y
cruzarse justo por delante de mi. Su mirada y sus gestos eran toda una
invitación a disfrutar de los cuerpos al sol, de la inminencia de la carne.
Caminé mirando al horizonte sin apenas reparar en su piel, sin querer mirar sus
ojos llenos de deseo. Muchas eran las ganas que tenía de hombre para mostrarse
así, o es que yo no tenía ninguna y sigo sin entender esas formas que no me
gustan. Respeto el cruising, pero no el exhibicionismo intencionado.
La segunda fue al día siguiente,
en que volví a la misma playa por meditar desnudo sobre la arena. El momento se
convirtió en mágico. Pasado el tiempo recogí mis cosas y camine hacía el
aparcamiento. Los senderos conducen a unos caminos de hormigón que hacen fácil
el paso de bicicletas y patinetes. Caminaba tranquilamente absorbiendo la naturaleza
cuando me rebasa sobre unos patines un hombre joven con barba y mirándome
saluda con un alegre “hola”. Le contesto siguiendo mi camino. Unos metros más
adelante se detiene para mirar con detenimiento un arbusto. Daba la impresión
que detuvo su paseo. Cuando estaba a punto de llegar donde estaba el, una
pareja viene en sentido contrario. Deja de mirar el arbusto y rápidamente se
aleja patinando acompañado por su perro. ¿Casualidad?. Puede, aunque es
complaciente pensar que se detuvo por mi al intercambiar nuestras miradas con
aquel breve saludo, en espera de una conversación o un momento de placer. Y
más, si a la mañana siguiente nos volvimos a ver en la playa. Esta vez tomaba
yo el sol y el paseaba por la orilla con su perro. Me miró y sonrió
abiertamente siguiendo sus pasos hasta perderse en el horizonte. Aquella mañana
no hubo tiempo de esperar su vuelta. Las intenciones se perdieron en el imaginario
de la caliente arena.
La tercera se produjo un caluroso
lunes. Decidí acercarme a la playa nudista tras realizar unas gestiones en un
gran centro comercial y así liberarme de todo el estrés que me produce tener
que ir a esos lugares. Al llegar a la playa por uno de los senderos, mi mirada
delato a bastante gente. Delante de mi dos hombres tomaban el sol de espaldas
debajo de una sombrilla. Uno de ellos se dio la vuelta, me miró y le dijo algo
al otro. Lo cierto es que su amigo se volteó para mirarme. Seguí sin más en
dirección a la orilla de la playa. Una vez instalado disfrute del agua y el
sol. Pasado un tiempo vi que aquellos dos hombres se acercaban paseando por la
orilla. No me digáis porqué pero presentí un acercamiento. Y no me equivoqué.
Al pasar delante se tocaron las pollas e hicieron unos pequeños estiramientos.
Ante mi pasividad pasaron de largo. Unos metros más adelante se pararon y
dieron la vuelta. Me levanté para ver como reaccionaban esta vez. Hicieron lo
mismo, pero al rebasarme uno de ellos se quedo fijamente mirando mientras
desviaban su camino hacía las dunas. Siguieron los pequeños tocamientos y las
miradas. Por mi parte seguía indiferente si obviamos un instintivo y pequeño
roce de mi mano en mi polla, aunque es obvio por lo que cuento que les mire.
Dos hombres más o menos de mi edad, con vello en el pecho y de muy buen ver, de
los que me atraen al mirar.
Volvieron a la orilla y siguieron
su camino. Una hora más tarde volvieron a pasar por donde estaba yo, pero esta
vez apenas hubo unas miradas. Decidí que mi tiempo de playa había finalizado.
Al acercarme donde estaban ellos puede observar que estaban recogiendo sus
cosas. Me habían caído bien, así que les salude con un hola que contestó uno de
ellos. Al llegar al sendero de hormigón, me puse mis zapatos muy lentamente mientras
observaba que abandonaban la playa. Caminé despacio, recreándome en mis pasos, con
la intención de que me alcanzasen para conocer más de ellos. ¡Si! lo reconozco
me picó la curiosidad de saber si todo son imaginaciones mías o si hay algo de
verdad en mis percepciones.
No tardaron en llegar hasta mi.
Nos volvimos a saludar, iniciando una conversación de lo más intrascendente.
Poco a poco nuestras palabras iban derivando hacía lo que había pasado en la
playa. ¡En efecto!, no estaba equivocado. Les guste y pensaron entablar una
conversación conmigo por si me apetecía compartir momentos de placer. Eran muy
agradables, simpáticos y guapetes. La invitación se reiteró, pero no era el
lugar adecuado, ni lo que yo busco en estos momentos. Nos despedimos no sin
antes decirme que esperaban verme de nuevo por allí. La tentación fue tan
grande que les di mi Facebook del blog, por si querían contactar. Pasado un mes
todo sigue igual, cada uno pisando su camino sin encuentros en el sendero. Tal
vez lean estás palabras y sepan que no fue por falta de ganas, que creció en mi
la posibilidad de compartir placer a tres.
Aunque mi intimidad vaciló, el
amor fue más fuerte. Ahora estoy viajando desde la desazón y la apatía por todo,
menos por el amor de una mujer.
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