lunes, 27 de julio de 2015

Miradas de playa


Es llegar al lado del mar y todo se convierte en un mirar. Los ojos se pierden en el azul del horizonte hasta llegar donde se unen el mismo color del cielo y el agua. Vuelven a la arena para buscar un sitio donde anidar por unas horas. Se detienen en los obstáculos que encuentran a su paso para no caer por tropezar. Y, ¡miran!. Miran a los bañistas, a los paseantes, a los que buscan el sol o a los que se guarecen debajo de una sombrilla. Todos miran aunque sea de soslayo, aunque sea como una ráfaga. Unos más que otros, y algunos buscan con sus miradas momentos de placer.

Miradas de playa que se dan mucho más en las playas nudistas, donde los ojos miran en su totalidad sin trabas ni telas que obstaculicen el mirar.

Este año he ido poco a la playa, pero las veces que he ido ha habido miradas, algunas me llegaban con la claridad de la luz, otras las comprendía después de años de observar actitudes y movimientos, y otras tal vez las imaginaba por sentirme apreciado aunque solo fuese por un segundo.

La tarde de calor, sol y trémula carne, me pide compartir con vosotros tres de esas miradas que solo son lo que ellas encierran, miradas de playa cunado se mira sin vergüenza de mirar. 


La primera mirada se dio en una tarde de playa de finales de junio. La mañana había sido lluviosa, pero a partir del mediodía las nubes se perdieron en el cielo para dar paso a un placentero sol. Decidí acercarme a la playa de la Dehesa por oler a la tierra mojada impregnada de pinos, romeros, tomillo o jaras. Placer de la tierra antes de llegar a la arena barrida por las gotas que había dejado la lluvia. Busqué un sitio donde tumbarme al sol y disfrutar de tanta placidez. Pasadas un par de horas vi llegada la hora de marcharme, así que recogí mis cosas y comencé a  andar por el rompiente de las olas. Había muy poca gente. Un hombre de pie, parapetado tras sus gafas, acaricio su morcillón pene animado quizás por el instante de un encuentro. No pude ver su mirada, pero sus gestos parecían evidentes.

Camine sin mirar atrás, así que pude ver en la lejanía como al lado de de una de las azules un hombre de pie parecía tocarse con más ganas. No le di más importancia, pues se que no todo el mundo acude hasta allí en búsqueda de baños de mar. Seguí disfrutando de mis pasos mojados por el agua, aunque de vez en cuando desviaba hacía mi izquierda la mirada por ver quien estaba en la playa. Ya no me asombro de nada, pero reconozco que me sorprendió ver como aquel hombre se masturbaba sin ningún pudor. Al pasar delante de él no pude evitar mirarle y sonreír como una desaprobación, pero no debió entender eso, porque una vez le rebasé apuró sus pasos por encima del cordón dunar hasta alcanzarme en uno de los pasos y cruzarse justo por delante de mi. Su mirada y sus gestos eran toda una invitación a disfrutar de los cuerpos al sol, de la inminencia de la carne. Caminé mirando al horizonte sin apenas reparar en su piel, sin querer mirar sus ojos llenos de deseo. Muchas eran las ganas que tenía de hombre para mostrarse así, o es que yo no tenía ninguna y sigo sin entender esas formas que no me gustan. Respeto el cruising, pero no el exhibicionismo intencionado.



Pronto alcancé la pista de hormigón y respiré aliviado. Delante de mi caminaba el primer hombres vestido con bermuda. La camisa en la mano y el paso lento. A punto estuve de rebasarlo, pero me paré a mirar en mi mochila dejando que se alejase lentamente.

La segunda fue al día siguiente, en que volví a la misma playa por meditar desnudo sobre la arena. El momento se convirtió en mágico. Pasado el tiempo recogí mis cosas y camine hacía el aparcamiento. Los senderos conducen a unos caminos de hormigón que hacen fácil el paso de bicicletas y patinetes. Caminaba tranquilamente absorbiendo la naturaleza cuando me rebasa sobre unos patines un hombre joven con barba y mirándome saluda con un alegre “hola”. Le contesto siguiendo mi camino. Unos metros más adelante se detiene para mirar con detenimiento un arbusto. Daba la impresión que detuvo su paseo. Cuando estaba a punto de llegar donde estaba el, una pareja viene en sentido contrario. Deja de mirar el arbusto y rápidamente se aleja patinando acompañado por su perro. ¿Casualidad?. Puede, aunque es complaciente pensar que se detuvo por mi al intercambiar nuestras miradas con aquel breve saludo, en espera de una conversación o un momento de placer. Y más, si a la mañana siguiente nos volvimos a ver en la playa. Esta vez tomaba yo el sol y el paseaba por la orilla con su perro. Me miró y sonrió abiertamente siguiendo sus pasos hasta perderse en el horizonte. Aquella mañana no hubo tiempo de esperar su vuelta. Las intenciones se perdieron en el imaginario de la caliente arena.


La tercera se produjo un caluroso lunes. Decidí acercarme a la playa nudista tras realizar unas gestiones en un gran centro comercial y así liberarme de todo el estrés que me produce tener que ir a esos lugares. Al llegar a la playa por uno de los senderos, mi mirada delato a bastante gente. Delante de mi dos hombres tomaban el sol de espaldas debajo de una sombrilla. Uno de ellos se dio la vuelta, me miró y le dijo algo al otro. Lo cierto es que su amigo se volteó para mirarme. Seguí sin más en dirección a la orilla de la playa. Una vez instalado disfrute del agua y el sol. Pasado un tiempo vi que aquellos dos hombres se acercaban paseando por la orilla. No me digáis porqué pero presentí un acercamiento. Y no me equivoqué. Al pasar delante se tocaron las pollas e hicieron unos pequeños estiramientos. Ante mi pasividad pasaron de largo. Unos metros más adelante se pararon y dieron la vuelta. Me levanté para ver como reaccionaban esta vez. Hicieron lo mismo, pero al rebasarme uno de ellos se quedo fijamente mirando mientras desviaban su camino hacía las dunas. Siguieron los pequeños tocamientos y las miradas. Por mi parte seguía indiferente si obviamos un instintivo y pequeño roce de mi mano en mi polla, aunque es obvio por lo que cuento que les mire. Dos hombres más o menos de mi edad, con vello en el pecho y de muy buen ver, de los que me atraen al mirar.

Volvieron a la orilla y siguieron su camino. Una hora más tarde volvieron a pasar por donde estaba yo, pero esta vez apenas hubo unas miradas. Decidí que mi tiempo de playa había finalizado. Al acercarme donde estaban ellos puede observar que estaban recogiendo sus cosas. Me habían caído bien, así que les salude con un hola que contestó uno de ellos. Al llegar al sendero de hormigón, me puse mis zapatos muy lentamente mientras observaba que abandonaban la playa. Caminé despacio, recreándome en mis pasos, con la intención de que me alcanzasen para conocer más de ellos. ¡Si! lo reconozco me picó la curiosidad de saber si todo son imaginaciones mías o si hay algo de verdad en mis percepciones.

No tardaron en llegar hasta mi. Nos volvimos a saludar, iniciando una conversación de lo más intrascendente. Poco a poco nuestras palabras iban derivando hacía lo que había pasado en la playa. ¡En efecto!, no estaba equivocado. Les guste y pensaron entablar una conversación conmigo por si me apetecía compartir momentos de placer. Eran muy agradables, simpáticos y guapetes. La invitación se reiteró, pero no era el lugar adecuado, ni lo que yo busco en estos momentos. Nos despedimos no sin antes decirme que esperaban verme de nuevo por allí. La tentación fue tan grande que les di mi Facebook del blog, por si querían contactar. Pasado un mes todo sigue igual, cada uno pisando su camino sin encuentros en el sendero. Tal vez lean estás palabras y sepan que no fue por falta de ganas, que creció en mi la posibilidad de compartir placer a tres.


Aunque mi intimidad vaciló, el amor fue más fuerte. Ahora estoy viajando desde la desazón y la apatía por todo, menos por el amor de una mujer.



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