Abrazar a un amigo es expandir el alma. Es la muestra más palpable de que nuestro espíritu es feliz bajo la envoltura de hombre.
Con el abrazo sentimos que nos invade la armonía, que nos
llenamos de sosiego y serenidad. Que la paz nos invade entregándonos al amigo.
Si es reciproco, si el amigo nos corresponde con ternura, son
dos las almas que se expanden transmitiéndose todo el afecto que alberga
nuestro interior. Es el perfecto equilibrio, por ello no es de extrañar que una
sonrisa ilumine nuestro rostro y que un gesto de placer trace afables líneas en
las comisuras de la boca.
Las manos se mueven trazando en la piel afines sensaciones.
Se deslizan con suavidad, sin estridencias. Absorbiendo cada poro, cada
sentimiento. Es nuestro corazón que con su energía proyectada en las yemas de
los dedos impregna la dermis de profunda emoción.
Los ojos se embeben del momento, tan contentos que parecen
perdidos en el reposo, como embobados por el hecho de tener abrazado al amigo.
El tiempo deja de fluir. Los cuerpos no dejan de sentir. Es
la verdadera felicidad.
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Me gusta mucho esta entrada. ¡Cuánto anhelo sentir algo así, poder comprobar en mi piel todas y cada una de las sensaciones que describes! Notar cómo ese instante del abrazo se hace eterno para poder memorizarlo en tus sentidos para siempre, mientras el mundo se detiene a tu alrededor...
ResponderEliminarSalud a todos!
Ainsssss Sagan! Ahora nos falta encontrar al otro, al amigo.
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