Nuevas percepciones han llegado a mi
vida. Ahora reparo en detalles, miradas y gestos que antes me eran
indiferentes. Unos meses después de iniciar este asombroso viaje sucedió un
hecho que fue definitivo para ello.
Aquel día de primavera tuve una reunión
de trabajo muy importante a la que asistí vistiendo traje y corbata. Al salir
visité unos grandes almacenes situados enfrente para realizar unas compras. Era
la hora de comer, sobre las tres más o menos. Subí la escalera mecánica y antes
de llegar a la segunda planta me crucé con un tío más joven que bajaba. Sin
pretenderlo nos cruzamos las miradas, y las mantuvimos por un par de segundos.
Yo no le di importancia, pero parece que él sí.
Paré en la siguiente planta para buscar
un objeto cuya sección estaba al lado de las escaleras. Cuál fue mi sorpresa al
ver que aquel hombre trajeado y elegante había dado la vuelta, subiendo detrás
de mí. Al llegar a planta, se para a ver una pieza cerca de mi buscando mi
mirada. Cuando las cruzamos de nuevo, se dirige hacia los lavabos, asegurándose
que le sigo.
¡Y le seguí!, pero solo porque el objeto
que estaba buscando estaba en un estante cercano a la entrada de los lavabos.
Continué con mis compras, olvidándome de aquel hombre.
Una vez adquirido lo que necesitaba, y
como me estaba meando decidí visitar los lavabos. Al llegar a los aseos, me
sorprendió que estuviese aún allí, pues habían pasado más de quince minutos. El
tío estaba en un urinario se supone que miccionando. Me mira, y yo me dirijo
justo al lado opuesto, porque no busco rollo. A estas alturas había leído en
Internet mucho al respecto de encuentros esporádicos en lavabos de grandes
superficies.
En eso veo que se aparta un poco. De
reojo miro y veo que estaba bien palote el tipo. Ni me atreví a mirarle a la
cara, ni hubo una palabra entre nosotros. Me dio tanto corte que meé con la
vista clavada en la blanca porcelana, mientras que rezaba para salir de aquella
situación con dignidad. Terminé con apremio, me lavé las manos y salí de allí
disparado. Por el espejo había visto que todo cortado hacía como si orinaba, o
al menos estaba pegado al urinario.
De vuelta a casa en el coche,
rememorando lo sucedido, me dio pena por el apuro que tuvo que pasar aquel
hombre y la desilusión de unas miradas que entendió que llevaban deseo y ganas.
Hasta pensé que me había esperado tanto tiempo en los lavabos al entender que
le seguía. Me sentí culpable por una situación que precisamente no había
provocado.
Era la segunda vez en menos de un año
que mis gestos y miradas habían dado pie a malentendidos. A partir de ese
momento soy más cuidadoso con mi forma de moverme.
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A mí eso me ha pasado también alguna vez. Por ejemplo, cuando paseo por las zonas cercanas a la playa, que parece que quiero cruising, ¡pero es que me encanta pasear!
ResponderEliminarQuisiera comunicarme con alguno de ustedes hasta hace poco esta página Pero veo que los comentarios son todos del 2013
ResponderEliminarAinssss! como que todos los comentarios son del 2013! que estamos por aquíiiiiiiii!
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