Suelo ir a la playa nudista solo. Me encanta ir a mi aire, sin prisas, deteniendo mi tiempo cuando me parece, hablando con el mar de este lado viajero y derramando los diminutos granos de arena de mis manos.
Veo a gente que va con amigos, y oigo en la lejanía sus voces, y a veces, solo a veces, pienso en que hermoso es ir con un amigo, o con varios y sentarte hablando de nuestras cosas.
Es, cuando recuerdo las pocas veces que lo he hecho, no más de cuatro. Me gustó pasear desnudos por la orilla, hablando de sueños, del tiempo que pasa volando o bañarse cercanos mientras las olas nos acariciaban.
La última vez que lo hice, fue el verano pasado, después de muchos intentos. El agua estaba turbia por los desagües de la Albufera, pero sirvió para que un amigo del blog experimentara por primera vez la libertad de bañarse sin ropa. Le abrió la mente y el cuerpo, encontrando la ansiada libertad, aunque fuese por unos minutos.
Hay ganas de volver a repetir la experiencia, de compartir vivencias sentados en la arena, con el alma desnuda y el cuerpo al viento. Solo falta encontrar el tiempo que nos aúne.
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