martes, 1 de julio de 2025

TANTRA: RITUAL DE PRESENCIA


Los que me seguís sois conocedores de mi agrado por los masajes, y de forma especial por el tantra. Siempre que puedo quedo para un masaje en un gabinete de Valencia.


Esta mañana, ya tarde, crucé la sala de meditación dirigiendo mis pasos a la sala de masaje. No era la primera vez que la cruzaba. Me gusta la calma que se respira, su silencio envolvente, y una atmósfera que invita a dejar fuera el tiempo, las prisas, los pensamientos.


En aquel centro de terapias siempre me siento seguro, tal vez por esa complicidad que se ha ido tejiendo con el masajista en cada encuentro anterior. Con él me siento cómodo, seguro, pero sobre todo abierto a nuevas sensaciones. Cada masaje es único, no hay dos iguales. Nuestro cuerpo habla y él sabe escuchar lo que necesita.


Tras un pequeño panel de madera prensada, todo estaba dispuesto. El tatami nos esperaba. Como siempre, alargó un pareo hasta mí. Me desnude tranquilamente, sin prisas, como saboreando cada instante. El hizo lo propio detrás de aquel ajustado paraban. 


Elegí una de las tres esencias que me ofreció, respirando con fuerza su agradable aroma. Según mi elección, había que armonizar el cielo y la tierra: el primer y el séptimo chakra



Imagen generada por ChatGPT

Comenzamos de pie, respirando juntos. Sentía cómo algo dentro de mí comenzaba a despertar, como si mi cuerpo recordara una forma más pura de estar presente. Ya no necesitaba tiempo para soltarme; su cercanía me sostenía. Cada inhalación creaba un puente entre nosotros. Sentía cómo su energía me rodeaba, me acompañaba sin invadirme. Nos conocemos en ese lenguaje sin voz.


Con cada respiración, la distancia entre nosotros se diluía. No en lo físico, sino en lo energético. Y entonces, con naturalidad, me quitó el pareo. Luego, él se despojó del suyo también. No hubo pudor ni tensión, solo un tránsito suave hacia algo más profundo.


Las respiraciones con la boca siguieron con más profundidad, llenándome de tanta energía que mi pene se puso bien erecto, llegando a disfrutar de un orgasmo sin eyacular, tan profundo que me temblaban las manos y las piernas. Era la primera vez que me ocurría.


Tuve que beber agua antes de tumbarme boca abajo. No era solo un masaje; era una danza silenciosa entre piel y energía. Nuestras respiraciones sincronizadas crearon una sensación de conexión difícil de describir. Cada movimiento de sus fuertes manos me llenaba de más energía. Cada respiración con la boca nutría mi cuerpo. No había palabras, solo fluía la energía.




Al girarme, ya frente a frente, la desnudez no pesaba. Era neutra, casi sagrada. Sus manos seguían tocando no solo músculos y piel, sino algo más sutil: la energía que fluye bajo todo eso. Y yo, mientras tanto, flotaba entre sensaciones, en una especie de expansión interior. Pero no era sexualidad lo que flotaba en el ambiente, sino una ternura masculina, antigua y sabia; una experiencia compartida desde el respeto, la sensibilidad y la entrega.


Terminamos en silencio. No porque no hubiera nada que decir, sino porque todo ya se había dicho con el cuerpo, con la respiración, con la atención de su masaje tántrico.


Una refrescante ducha abría mi cuerpo, recordando tan bellos momentos. Al vestirme de nuevo, me sentí muy lleno. No solo de energía, sino de algo más sutil: confianza, gratitud y esa paz que solo nace cuando uno ha sido verdaderamente tocado sin máscaras.


Como cada vez que salgo por la puerta, ya estoy deseando volver, aunque lo mejor es saborear por un tiempo lo vivido hoy.


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