Nuestra
dualidad de hombres casados nos aboca en ocasiones a cegados encuentros que no
llevan a ninguna parte. Supongo que nos dejamos llevar por el morbo del
momento, por esa ansía de conocer a otros en mismas circunstancias de vida.
Habrá quien lo hará por calmar su acuciante sed de hombre, otros por encontrar
un amigo, y otros por no se sabe que razón.
En
esta última categoría me incluyo. No busco nada, ni a nadie. Aunque pensándolo
bien, tal vez este equivocado y en realidad si que busque una chispa en la
vida, un hombre con quien conversar frente a frente de mis sensaciones e
inquietudes. Tengo algún amigo con quien hacerlo, a los que aprecio de corazón,
pero pasan los meses y no puedo verlos o hablar con ellos. Obligaciones de
ambos nos lo impiden, aunque casi siempre son más mías que de ellos. En esos
momentos, cuando se vuelve imperioso el contacto visual y cómplice de un
hombre, es cuando bajo la guardia y me dejo arrastrar por un mensaje que me
lleva a una cita a ciegas, aún sabiendo que no va a haber feeling, complicidad
o como queráis llamarlo, porque acudo a la cita sin ganas, con la sensación de
que estoy fallando a mis convicciones, con la obstinada pregunta de que hago yo
allí.
Nunca
origino un contacto. Siempre es el otro el que me envía un mensaje. Esta vez
todo comenzó con unas palabras en el mail de este blog. Contesté como siempre
hago, conversando con frases cortas con alguien que se muestra interesado en
conocerme. Le contesté. Insiste en hablar. Le digo que no busco nada.
Sigue
enviando mensajes. Al final cedo y nos pasamos el número del móvil. Pide intercambio de fotos y le digo
que no. Hablamos una vez, y dice que soy simpático. Imagino que fue porque
hablé sin parar, contestando a sus incesantes preguntas.
Me
resisto, pero me ilusiona. Te desengañas porque te dices que no buscas nada,
pero sigues hablando más mal que bien por whatsapps aunque en realidad, lo
haces sin saber porqué. No te esfuerzas en contestar, y un buen día vuelves a
hablar por el móvil y quedas para tomar un café que al final es un esporádico
encuentro de cinco minutos, de pie en la calle, y que desde el primer momento
eres consciente que está abocado al fracaso.
¡Si!.
No sientes nada pero quieres quedar bien y comienzas a decir tonterías y más
tonterías. No es de extrañar que todo acabe pronto, con un apretón de manos y
un estamos en contacto. Sabes que has hecho el ridículo más espantoso.
Ya con el primer paso de vuelta eres
consciente que no va a haber ningún contacto, que todo acaba ahí. Por muy
atractivo que fuese tu cita, tu mejor amigo, el que escondemos en la
entrepierna no se ha sentido motivado, y tal vez al otro le haya pasado lo
mismo.
Buuufffff….
Es entonces cuando pienso que he de esforzarme en no dejarme llevar por
impulsos, en que he de seguir los dictados de mi corazón, en hacer caso a mi
intuición, que nunca me falla, en no dar la cara para que pongan cara a quien
esto escribe. Porque en realidad me sentí utilizado.
A
estas alturas de la vida, voy teniendo muy claro que no me gustan las citas a
ciegas, aunque soy consciente que alguna que otra habrá, pues soy un hombre que
necesita mirar de vez en cuando la complicidad en los ojos de otro hombre.
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