No sé
vosotros, pero hay días en los que necesito unos brazos fuertes que me abracen,
sentirme resguardado entre ellos, estrechado, hasta dejarme estrujado. Es mi
forma de sentirme querido.
De pequeño
cuando los mayores me decían “cuanto me quieres”, les abrazaba todo lo fuerte
que podía, haciendo ellos lo propio, lo que me hacía sentirme el niño más feliz
del mundo, querido y protegido.
Tal vez por
ello, me gusta que me abracen con fuerza por unos segundos, como un abrazo de oso. Y si esos brazos
son fuertes, velludos con unas manos grandes y potentes, mucho mejor. Unas
manos que han de pertenecer a un hombre seguro de que sabe lo que hace, amar
sin resquicios.
Soñar,
desear, ansiar es también vivir.
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