El sol acaricia el agua dorando mi
cuerpo. Apenas quedan playeros sobre la arena y menos mojándose en el mar de
mis historias. Flotando entre refrescantes ondas me dejo llevar por la
corriente de mis pensamientos, calmándolos, amándolos, apasionándolos. No tengo
más sensación que la de vivir.
Todos los veranos me ocurre lo mismo.
Sueño todo el año con anhelos de hombre cumplimentados en solitarias playas donde
los bañadores son recuerdos de otro tiempo, y al llegar el momento de cumplir
esos sueños, estos se desvanecen en otros donde una manta los cobija con
arrobo. Es como una rueda que gira y gira sin encontrar donde detenerse.
Soy incorregible. En realidad, no quiero
nada. Vivo este lado desde la fantasía de momentos que me niego a que lleguen. He
aprendido que aceptarse es amarse sin violencia ni angustias, por ello sigo amándome
sin la piel de otro, sin el aliento de un barbado. Sumido en el mar de mi
tierra, libre de impaciencia, la naturaleza me hace eterno. No sueño más que
sueños.
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