El viernes nos tocó el verano, y lo hizo
de forma que más bien parecía la llegada de la primavera. Cielo manoseado
de nubes, templado el aire y fresca la noche. Desde entonces parece que poco a poco vaya
encontrando su sitio. Estos días ya brilla el sol con más fuerza resbalando
sobre nuestra ansiosa piel. Es tiempo de disfrutar de sus caricias con
prudencia y respeto. Apetece embeberse de su energía cuando sale o sentarse en
una terraza a su puesta, cuando la caída de la tarde se hace amable, o pasear en
la noche sintiendo la cercanía de la luna, o desnudarse en playas, ríos y
piscinas para absorber su calor, para que dé chispa a la pasión caliente y
dulzona.
Con el verano voy siempre que puedo a la playa. Tan solo llevo
una toalla y un sombrero trenzado con fibra natural para que cubra mi cabeza. Y
es, que las busco solitarias, escondidas, tranquilas, donde pueda desnudar mi
cuerpo, gozar de la brisa del mar, el cabello del sol, o el agua que lubrica mi
piel.
Un verano de playa mi vida encontró la
libertad que me da la
bisexualidad. Camino y siento la paz en mí, ando con vosotros
y el agua destella en sosegados rayos.
En verano mi sombra me acompaña con más
intensidad siendo testigo mudo de mis ganas de vida.
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