Esta mañana
el cielo está gris. Las nubes guardan gotas de lluvia, aunque tan adentro que
apenas se dejan ver. La primavera ha llegado con notas demasiado bajas. Apetece
acurrucarse en la cama soñando despierto en el afecto de otros cuerpos.
Pienso en ella,
en él y en mí. En el amor-don no como receptáculo del miembro viril, sino como entrega
del corazón. Me abstraigo en cómo sería una relación a tres sin complejos de la
sexualidad de cada cual. En mi ensoñación todo es equilibrio, encontrando
placer en la combinación infinita de los sexos y de las actitudes. Hay entrega
en todo y todos, indiferentemente de la pertenencia a uno u otro sexo.
Es lo que se
llama bisexualidad original, el sexo neutro. Abro los ojos. Me reconozco ingenuo
en mis sueños, quizás autoritario por mover los hilos de mis deseos y los de
los otros. Para moderarme, presupongo que si hubiésemos tomado la vía de la
liberación de la infancia no nos hubiésemos anclado en profundas etiquetas
heterosexuales. ¿Soy demasiado egoísta? Puede que alguien lo crea así. No me
siento comodón, ni menos narcisista. Solo me siento, estoy. Así, que desde mi
experiencia, solo puedo afirmar que desexualizando los géneros habría grupos
mixtos en los que no se juzgaría, tan solo se amaría.
Esta mañana
me entrego a un amor permitido, madurado en mis sueños y que se satisfaga desde
el goce y el afecto. Soy el que soy, imagen de mí mismo, de mis espejismos y de
mis realidades.
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